Hemeroteca / Segunda república
No solo Margarita Nelken, otras diputadas socialistas
y parlamentarios de izquierda se opusieron a otorgar a la mujer el derecho a
votar en la Segunda República
«No utilice
falsedades históricas para contestar al Grupo Socialista, como la que se
produjo cuando se refirió al voto femenino durante la Segunda República», dijo Elena Valenciano,
muy segura de sí misma, a Alberto Ruiz-Gallardón. La indignación de la
diputada del PSOE se debía a que el ministro de Justicia aseguraba que, al
comenzar la Segunda República,
los socialistas tenían una diputada que se negó a votar a favor del voto
femenino.
Valenciano y
el resto de sus compañeros del PSOE dieron muestras de desconocer
la historia de su propio partido, pues la diputada socialista en
cuestión, Margarita
Nelken, efectivamente fue contraria a otorgar el derecho de sufragio
a la mujer en 1931, un año en el que podían ser elegidas, pero aun no
electoras. Lo que Gallardón no mencionó en el
Congreso sobre este hecho insólito y sonrojante del PSOE es que Nelken no fue
la única, sino que hubo otros diputados socialistas y de la órbita republicana
y de la izquierda que también se opusieron con fuerza.
En las
discusiones parlamentarias sobre la concesión a las mujeres del derecho a votar
en las Cortes Constituyentes de 1931, el diputado Hilario Ayuso del
Partido Republicano Federal, un grupo que después formaría parte, junto al PSOE,
del Frente Popular,
propuso una enmienda por la que los varones pudieran votar desde los 23 años,
pero las mujeres desde los 45. Un momento clave de la historia de España en el
que Partido Republicano Radical (PRR), de fuerte
tendencia anticlerical, quiso ir un poco más allá en su oposición y propuso
retrasar la votación, por el peligro que creía que suponían para la República
que las mujeres ejercieran su derecho al voto.
«La mujer es histerismo»
A partir de
este momento, las perlas que se escucharon en el Congreso por parte de algunos
diputados de izquierda y de otros de diferentes tendencias socialistas
resultarían impensables hoy en día. Desde que «la mujer es histerismo y se deja
llevar por la emoción y no por la reflexión crítica» (Roberto Novoa, de
la Federación
Republicana Gallega), hasta que «el histerismo impide votar a
la mujer hasta la época menopáusica» (Hilario Ayuso, del Partido
Republicano Federal). O la propuesta del diputado Eduardo Barriobero,
del Partido Republicano Democrático Federal, que
pedía excluir de dicho derecho a las
33.000 monjas que existían en España.
Lo llamativo
de esto es que dos de las tres diputadas que había en el Congreso en 1931,
ambas de tendencia socialista, se mostraron en contra de conceder el sufragio a
la mujer. Por un lado Nelken, que había ingresado en el PSOE poco antes y que
fue la única mujer que consiguió las tres actas parlamentarias durante la
Segunda República, y por otro Victoria Kent,
diputada del Partido Radical Socialista.
«Es
necesario que las mujeres que sentimos el fervor democrático, liberal y
republicano pidamos que se aplace el voto de la mujer», aseguró Kent en el Congreso el
1 de octubre de 1931, consiguiendo los aplausos de sus compañeros de
partido. Tanto la diputada socialista-radical como Nelken sostenían que la
mujer española carecía en aquel momento de la suficiente preparación social y
política como para votar responsablemente, debido a que estaban muy
influenciadas por la Iglesia y su voto podía ir a parar a los partidos
conservadores.
Es decir,
que tanto Kent como Nelken no querían que las mujeres votaran porque creían que
sus votos no serían para los partidos de izquierdas. Puro oportunismo político
que basaban en que un grupo de católicas acababa de entrega un millón y medio
de firmas al presidente de las Cortes, pidiendo que «se respetaran los derechos
de la Iglesia» en la Constitución.
Clara Campoamor
Frente a
ellas, y frente a un buen grupo de otros diputados republicanos y socialistas,
incluidos los de su propio partido, se encontraba una figura clave de la
historia contemporánea de España: Clara Campoamor.
«¿De qué se acusa a la mujer? ¿De ignorancia? Si se trata de analfabetismo, las
estadísticas afirman que, desde 1886 a 1910, el número de analfabetos ha
disminuido en 48.000 en las mujeres y en menos proporción en los hombres. La
curva ha seguido hasta hoy, momento es que la mujer es menos analfabeta que el
hombre», contestaba la histórica
diputada del Partido Republicano Radical a Victoria Kent,
sentenciando que «la mujer fue eliminada de los derechos políticos porque las
leyes habían sido detentadas por el hombre». «No olvidéis que nos sois hijos de
varón tan solo», les advertía.
La gran
defensora del voto femenino, Clara Campoamor (1931)
Fueron unas
sesiones tensas en un congreso que acabó dividido ante esta cuestión. Hubo
muchos diputados que defendieron el voto femenino con argumentos como que «la
única manera de arrancar a la mujer de las garras del confesionario es
concederle el voto», «que esta sabrá separar sus sentimientos
religiosos del fanatismo que le impida el ejercicio de sus deberes
ciudadanos», «que el voto de la mujer no solo no perjudicará, sino que
representará un extraordinario refuerzo para la República» o que, «para que la
mujer se vea comprometida con la República, es preciso concederle el voto».
El 1 de
octubre de 1931, el derecho al sufragio femenino no solo no fue aplazado, sino
que la propuesta de que los hombres votaran al cumplir los 23 años y las
mujeres a los 45 no salió adelante. Ambos sexos votarían a los 23 años
tras una votación que acabó con 161 votos a favor y 121 en contra.
Durante esta
se produjo un curioso incidente que ABC destacaba en sus páginas.
Cuando Clara Campoamor iba a votar, una espectadora del Congreso le gritó desde
la tribuna: «¡Eso es impropio de una mujer!». Tras llamarle la atención, le
preguntaron que por qué criticaba a la diputada defensora del voto femenino, a
lo que esta respondió gritando de nuevo, y provocando las risas de los
diputados, que «creía que era la Kent».
«Nunca superarán nuestros absurdos»
La diputada
radical-socialista hizo un último intento para conseguir que se aplazara el
sufragio femenino, presentando dos meses después una disposición transitoria
que pedía que las mujeres no votaran en unas elecciones generales hasta haberlo
hecho dos veces en unas municipales. La propuesta de Kent fue rechazada, esta
vez con un margen mucho más estrecho: 131 votos contra los 127 que
representaban, entre otros, gran parte de los diputados del Partido Radical
Socialista, todos los parlamentarios de la Agrupación al Servicio de la
República –entre los que estaban Ortega y Gasset, Marañón y Ramón Pérez de Ayala,
que habían presentado candidatos dentro de la candidatura
republicano-socialista–, muchos miembros de la izquierda republicana más
radical y la diputada del PSOE Margarita Nelken.
Tras esta
votación, el derecho al sufragio femenino fue aprobado finalmente por las
Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931. Como dijo Wenceslao Fernández
Flórez en las crónicas parlamentarias de ABC que le hicieron famoso,
«para orgullo de la superioridad masculina estamos seguros de que ellas nunca
podrán superar nuestros absurdos».
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